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​En tanto intérprete o coreógrafo, como escultor o artesano del cuerpo –del propio o de uno hecho de muchos–; como arquitecto del movimiento, fabrico mi experiencia escénica, guío y dromedo la vivencia danzaria bajo el entendido de que el o la intérprete es un ente indeterminado, amorfo –física y metafísicamente por las consideraciones dramatúrgicas (y sonoras) a las que haya lugar–. Quien interpreta es movimiento, es sonido y materia, a la vez. Es un conducto de energía(s), un productor cinético infinito donde incluso la quietud –aparente a los ojos– es un momento de gran intensidad tan veloz como el tiempo. En definitiva, un ser que sufre el movimiento, un ser consciente de sus estados, transformaciones, emocionalidades e interacciones performativas.

Coreografía

Ancla 1
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